martes, 20 de marzo de 2012

Queremos compartir esto con vosotros


Cada función tiene algo de genuino, de original, de auténtico e irrepetible. Tras las cortinas se oye cómo uno a uno, los niños se van sentando en las primeras filas, aconsejados por sus padres, mientras una voz se eleva sobre el escenario anunciando que en pocos minutos, la magia dará comienzo.



Y cuando llega el momento, Haradrim, perezosa, hace su aparición entre gritos ahogados e infantiles miradas llenas de emoción. El frufú de su falda, los brillantes colores... les atrapan. Ella se tumba y empieza el espectáculo. Amanece en el bosque encantado y Haradrim les explica el origen de la magia, el inicio de todo, el principio de la historia. Todos los principios son importantes. Éste, más que ningún otro.

Los niños recitan nombres de animales, atropellándose divertidos: "¡El zorro! ¡El león! ¡La ardilla!". Y falta uno, el oso. El Oso Otto, que sigue durmiendo. Y cuando ruge con sus ronquidos, los peques rompen a reír. Le llaman gritando, quieren ver lo que escuchan. Inconscientemente, se han hecho una imagen de un oso. La expectación aumenta con el redoble de tambores, y no ocurre nada, no aparece. Pero se ve una mano, una pata... no, una garra sin uñas. A un lado del escenario. Los niños se ríen, y avisan a Haradrim que es por el otro lado. El juego comienza. Y ya no tendrá fin.

Al aparecer el oso, los niños ya saben que es un poco lento de reflejos, porque les saluda dando la espalda. Se vuelven a reír. Los papás aplauden como locos. Y Otto les rocía con su "perfume mágico". Y sigue comiendo. Luego, para remediar el desorden, una canción que arregle el desastre provocado por la torpeza del oso. Los niños aplauden rítmicamente.

Y aparece el malo malísimo. El personaje que al principio da miedo. Ése que al verlo te estremece. Pero poco a poco, pierde su poder. Los niños quieren ayudar a Otto. Y tienen que avisarle del peligro. Pero el oso es un poco tontito, y no hace caso de Haradrim, ni de los niños. Juega con las palabras y consigue el cofre mágico, el que ha dado pie a la historia, el que lo mueve todo. Y se queda dormido. Los niños le gritan que se despierte.

La atmósfera ha cambiado. Si el oso tuviera de verdad el olfato del animal que representa, olería cómo la magia ha calado en los huesos de los niños, olería la satisfacción de los padres al ver lo bien que lo pasan sus hijos, olería la maravillosa sensación de sentirse realizado por hacer feliz a un puñado de personas dispuestas a divertirse.

Todo fluye con la alegría que caracteriza un buen espectáculo infantil. La mano invisible, una mano llamada Carlos, colabora en construir la magia, en elaborar un mundo encantado creíble. Juega con las luces, con la música, ayuda a los niños, extiende sus brazos... Y una vez que el malo malísimo ha sido derrotado, los niños respiran aliviados y quieren hacerse fotos. Abrazos de
oso, abrazos de la guardiana del bosque.

Y fin. Punto final. Pero la magia, como decimos al final, la llevamos dentro. Permanece. Y debe seguir dentro. Y permanecer.


2 comentarios:

  1. Desde luego un blog de lo más interesante. Lo prometido es deuda y después de visitaros me he alegrado mucho de conocer vuestro trabajo, que es excelente. Los niños viven el teatro y viven los cuentos, son naturales y forman parte de ellos mismos. La labor que realizáis es fantástica. Enhorabuena por ello.
    Ya tenéis una seguidora más.

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  2. Encantadas de conoceros, aquí nos quedamos como seguidoras y esperamos os paseís de vez en cuando por nuestra página. Un saludo, y enhorabuena por vuestro trabajo.

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